lunes, 2 de noviembre de 2020

Chöd, una dramática manera de dominar el ego.

 

El “país de las nieves”, la elevada meseta tibetana, rodeada de cordilleras y surcada por algunos de los ríos más caudalosos del mundo, es un lugar poco accesible y en el que la vida puede ser extremadamente dura.

El aislamiento propiciado por la geografía configuró un terreno fértil para un religión o forma de religiosidad particular, que a lo largo de siglos se mezcló, entró en conflicto, desapareció y volvió a aparecer, transformada de mil maneras, a medida que se vio influenciada por las creencias de regiones aledañas, especialmente las provenientes de la India. Los lamas, los ocultistas, los chamanes, brujos y nigromantes que pueblan la helada meseta, son, pues, seres que en nuestros tiempos siguen estando tan rodeados de misterio como hace cientos y cientos de años.

Una de las vertientes del budismo que encontró arraigo en el Tibet, fue el budismo tántrico o Vajrayana.

Ciertos elementos del Vajrayana encuentran su origen en las métodos de un tipo de yoguis errantes, llamados mahasiddhas, monjes que lejos de los monasterios, se dedicaban a la meditación en sitios lúgubres y macabros como cuevas, bosques, cementerios y campos crematorios, obteniendo -mediante sonidos, gestos sagrados y la visualización de deidades- poderes mágicos como el calor interno, el vuelo, la percepción extrasensorial, la transferencia de la conciencia, curación de enfermedades, control del clima, generación de riqueza o la resurrección de cadáveres.

Una de las prácticas más dramáticas de la remota sabiduría del budismo tántrico, cuyo origen se remonta a un tiempo olvidado ya, en una región perdida de la meseta tibetana, es la del Chö.

Según los maestros del budismo, el Chö, que es un procedimiento cuyo nombre puede traducirse como “cortar”, seguido con el método correcto, sirve para conjurar todos nuestros “demonios” internos, desestimándolos, haciéndoles saber que no seguirán interfiriendo en nuestra vida.

No obstante, algunos maestros reconocen que hay una manera incorrecta de practicarlo; el utilizarlo como medio de luchar y someter a los “demonios” u obtener fama, riquezas, poderes mágicos y la pleitesía de la gente común, PUEDE CAUSAR QUE EL PRACTICANTE DEBA ENFRENTARSE A ENTIDADES PELIGROSAS.

Esto último no debe llamarnos la atención, porque si bien los guías espirituales repiten vez tras vez que los “demonios” que se invocan son construcciones de nuestra propia mente, la primera sección de la práctica se denomina “ABRIENDO LA PUERTA AL ESPACIO” una llamada a “todos los seres sensibles que habitan el espacio”, los ocho duns o espíritus, entre los que se encuentran los “Espíritus del lugar”, que se identifican con lo que conocemos como poltergeist, a que se acerquen al banquete que pronto se va a propiciar mediante la práctica del Chö profundo.

El Chö debe practicarse en un lugar aislado; algunos yoguis se internan en cuevas, cementerios, crematorios o casas embrujadas.

Una vez situado en el lugar propicio, el oficiante utiliza el Kangling, que es una flauta hecha con el hueso ahuecado de un fémur humano, que golpea tres veces en la palma de la mano.

A continuación, se tocará tres veces. Su sonido será escuchado en los mil millones de mundos, y todos los seres sensibles responderán a la llamada, desde los reinos superiores hasta el Avichi, el más bajo de los infiernos. También se utiliza el Damaru, un tambor ritual que en ocasiones también podría tener parches hechos con piel humana recubriendo mitades de cráneos. Según los maestros, se utilizan materiales orgánicos, porque los espíritus no temen a los objetos relizados con elementos naturales y leen, en su sonido, frases tranquilizadoras y que les invitan a acercarse. No obstante, los elementos de origen animal también son naturales. ¿Por qué humanos?

La manera de protegerse del embate de estas entidades es mediante la disposición correcta, llamada Bodichitta, que produce amor y compasión hacia todos los seres, incluidos los diabólicos. El Chö erróneo se produce cuando se pretende pugnar y sojuzgar a los entes malignos, con resultados imposibles de controlar.

A continuación, comienza la práctica principal.

Se realiza la TRANSFERENCIA DE LA CONCIENCIA.


La conciencia del oficiante sale de dentro de su cuerpo. Mientras toca el Damaru y exclama ¡Phet! ¡Phet!, ve una esfera de luz que sale de su cuerpo hasta unirse con el Espacio.

La conciencia se basa en Vajrayoguini como objeto de meditación y entonces, el practicante de Chö ve su cuerpo desde fuera, siendo él mismo quien oficiará el sacrificio, y a la vez, víctima propiciatoria.

Luego tienen lugar los llamados “festines” blanco y rojo.

La diosa blande un cuchillo curvo llamado Drigu, se dirige hacia el cuerpo del yogui y le quita toda la piel, extendiéndola en el suelo. Luego abre el cuerpo y arranca los órganos internos. A continuación, decapita el cuerpo y con el cráneo elabora una especie de olla que se pone sobre el fuego. El cuerpo es descuartizado, y los miembros, los huesos, los órganos y la sangre se cuecen y se transforman en ambrosía, de la que se alimentan dioses, diosas, demonios y diferentes espíritus, en un macabro y sangriento banquete. El practicante, mediante su conciencia transferida, ve, pero a la vez siente, cómo estas entidades se alimentan de su cuerpo, mientras no deja de tocar el tambor y soplar la flauta de hueso de muslo humano.

El banquete finaliza con el “Tsok”, en el que el yogui visualiza la aparición de diosas que derraman la ambrosía procedente del cocimiento del cuerpo del oficiante y lo ofrecen a todos los seres sintientes.

Luego tiene lugar la celebración orgiástica de la “ofrenda de la unión sexual”, de manera que a todas las destinatarias femeninas del festín se les ofrecen dioses, y a los los destinatarios masculinos se les ofrecen diosas. Esto se conoce como “festín secreto”.

Y finalmente “la ofrenda de los restos”; la ambrosía sobrante en el “kapala” vuelve a transformarse en carne, sangre, órganos y huesos, los que son repartidos por las dakinis llamadas “diosas de los cementerios”, entre los espíritus tímidos o que no han llegado a tiempo.

¿Son realmente los seres invocados el “producto de nuestros miedos traídos por nuestra imaginación”, cuya convocatoria permite que nos deshagamos de nuestras limitaciones? ¿Es el tchöd una práctica inofensiva y de corte meramente psicológico?

En el libro “Chö, el jardín de toda dicha” el gran maestro Kyabje Tenga Rinpoché reconoce que los sentimientos de paranoia posteriores a la práctica pueden existir, y que la práctica demasiado frecuente del Tchöd “puede acortar la vida”.

Por otra parte la viajera Alexandra David Neel relata en su libro “Místicos y magos del Tíbet”, que un ermitaño llamado Kuchog Wantchen le dijo, respecto a los comentarios frecuentes sobre aspirantes a yogui que habrían acabado enloqueciendo o hasta perdiendo la vida en el transcurso de tales rituales: “Hay que guardarse de abrir canales a la ligera. Pocas gentes sospechan lo que contiene el gran fondo del mundo”.

Aunque oficialmente el “sendero directo” de alcanzar la iluminación se encuentra libre de riesgos, muchos maestros no creen que las sensaciones experimentadas por los ascetas sean simplemente de naturaleza subjetiva.

La realidad sobre la naturaleza de las manifestaciones del Tchöd se encuentra en las fronteras del misterio.

Chöd, una dramática manera de dominar el ego.

  El “país de las nieves”, la elevada meseta tibetana, rodeada de cordilleras y surcada por algunos de los ríos más caudalosos del mundo, e...